Paparazzis del dolor

Nunca me ha gustado la Semana Santa, ni el espectáculo siniestro del norte ni el histrionismo con el que se celebra en el sur. En estos días de «Pasión» nos hemos enfrentado, desgraciadamente, a varias tragedias en las que la sangre, la muerte y el llanto también han sido los protagonistas. Lo han sido, sin embargo, de una forma real no mera representación, aunque los periodistas o, mejor dicho, algunos medios se hayan encargado de espectacularizarlo. 

Desde hace algún tiempo, la teatralización del dolor ha campado a sus anchas en especiales informativos o telediarios que parecieran tener más interés por captar audiencia que por informar y generar empatía con los sucesos narrados. La «paparazzización» de los contenidos, sobre todo televisivos, comenzó con los «Sálvame» políticos y  hace su agosto cuando las bombas del terrorismo del ISIS caen en el bando occidental. 

paparrazi

Lo hemos sabido todo o casi todo de los atentados de Bruselas; bueno, mejor dicho de sus víctimas, mientras que hemos invisibilizado o relegado a un segundo segundísimo plano los 70 muertos en Pakistán, la mitada de ellos niños.

Antes de lo de Pakistán, algunas voces ya nos alzamos en contra del tratamiento informativo al más puro estilo: «Aquí tienen los mejore momentos de…», «en breves instantes las mejores imágenes con…». Criticamos el amarillismo y censuramos también la falta de contexto.  Ese mal sobre el que ya advertía Kapuscinski cuando decía que siempre creyó «que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede». Su legado parece que ha caído en saco roto. A través de Anne Merkel lo resumimos en «Europa necesita vestir bonito».

Jerarquía de la muerte VS Protocolo del dolor

Buscando información sobre el tema he encontrado una noticia que, ahora que lo pienso, quizás sea una forma de lavar la conciencia o limpiarse las manos, como Poncio Pilatos, por seguir con la metáfora de la Semana Santa. Una forma de justificar esta nueva forma de hacer periodismo. Parece ser que existe un término anglosajón: Jerarquía de la muerte, que intenta argumentar por qué nos tienen que doler más los muertos de primera que los de segunda. Lo atribuye a los criterios de proximidad y de calidad de la información, algo absurdo, sobre todo este último punto, en el mundo globalizado y tecnológicamente avanzado en el que vivimos.

Yo prefiero quedarme con la ironía de Gerardo Tecé y su «Protocolo del Dolor»: el luces, cámara, acción que se activa cuando un conflicto que subestimamos porque  creemos que no va con nosotros osa alterar nuestra rutina y da comienzo a un espectáculo de búsqueda de vísceras, de testimonios tipo me pudo pasar a mí o del famosa que casualmente pasaba por allí.

Sólo se me ocurre Marcello Mastroianni en La Dolce Vita de Fellini como único paparazzi digno de indulto. De hecho, sería interesante ver al director italiano en estos tiempos, con qué obra maestra nos sorprendería para denunciar tal grado de hipocresía y de falta de oficio al que estamos sometidos o del que, en cierta manera, somos cómplices.